Ni esposas, ni amantes: artistas y pioneras. Una deuda histórica

Decir que ‘detrás de todo gran hombre hay una gran mujer’ quizá sea la forma más sibilina de reconocer que siempre ha habido hombres que se han aprovechado del talento de sus compañeras. Esto es algo que ocurre con demasiada frecuencia en el mundo del arte, ya sea indirecta o directamente, bien porque muchas artistas han visto cómo sus cuadros eran atribuidos a sus compañeros, bien porque de forma premeditada algunos artistas se han aprovechado del talento de otras mujeres.

Uno de los casos más emblemáticos es sin duda el de Lee Krasner y Jackson Pollock: ella, esposa entregada pero también brillante artista; él, alcohólico e inestable, con una obra de escaso valor hasta que Lee se cruzó en su vida. No hace falta explicar quién pasó a la posteridad como uno de los genios del Expresionismo Abstracto, y quién estuvo durante muchos años esperando en el cajón de las musas. ¡Ay! Genios y musas, mujeres desnudas y naturaleza muerta, representantes y representadas, los que hacen cosas y las que adornan.

Lee Krasner, cuyo nombre real era Lena Krassner, nació en Brooklyn, Nueva York, en 1908, en el seno de una familia de migrantes.  Es en 1928 cuando decide estudiar en The Arts Studens League. Allí conoció a algunos de los más importantes artistas de la época, como Hans Hofmann y George Bridgman. La carrera de Lee pronto se convirtió en prometedora, y lo cierto es que adquirió un nombre y una fama importante teniendo en cuenta que el Expresionismo Abstracto era, como tantos otros, un mundo fundamentalmente masculino.

Krasner, que pertenecía a los grandes círculos de artistas de Nueva York, conoció a Pollock en 1941 tras ser invitada por John Graham, afamado pintor, a participar en la exposición colectiva American and French Painting de la Galería McMillen, donde él y otros artistas americanos emergentes iban a exponer. Será en 1945 cuando Lee contraiga matrimonio con Pollock, comenzando así catorce tormentosos años que marcan profundamente la vida de la artista y por consiguiente su obra. Cabe decir que Pollock era prácticamente un don nadie en el momento de conocer a Lee, siendo ella la persona que le abrió los círculos de la alta cultura norteamericana.

 

Tras casarse Lee y Pollock se instalan en The Spring, en Long Island. Allí construyen, dentro de un granero, un gran estudio de pintura. Será en esta época cuando la producción de Lee caiga en declive en beneficio de la de Pollock, que empieza a desarrollar nuevas técnicas y a ganarse un nombre como artista. Son muchas las teorías que han tratado de descubrir por qué Lee decide dejar de lado su obra artística. Lo cierto es que Pollock, con problemas mentales y de alcoholismo, introdujo a Lee en una relación tóxica y tormentosa, marcada por los malos tratos y el alcohol, algo que pasan por alto los que afirman que fue la voluntad de Lee la que le llevó a dedicarse en cuerpo y alma a la obra de su marido.

Así las cosas, Lee ha sido retratada en multitud de ocasiones como la abnegada compañera de Pollock, dispuesta a todo con tal de verle triunfar, soportando en la sombra vejaciones y admitiendo sin más vacilación quedar reducida al papel de simple esposa del genio. Es la ética de los cuidados y como estos se circunscriben única y exclusivamente a la mujer lo que hace que naturalicemos una anulación tal como la que sufrió Lee. Cabe pensar si no fue acaso la tormentosa vida que le dio Pollock lo que auténticamente paralizó su obra, más que esa capacidad de sacrificio constante con la que solemos creer que nacen las mujeres.

La historia de Lee sería como la de tantas otras mujeres si no fuera porque sistemáticamente se ha pasado por alto el buen provecho que hizo Pollock de la artista. Así, una de sus frases más representativas, ‘Yo soy la naturaleza’, pronunciada por Pollock en una conversación en petit comité con Hans Hofmann, y que sin duda ha definido e ilustrado la forma de trabajar del artista a lo largo del tiempo, parece ser también tomada de la idea del ‘I am nature’ de su esposa, aunque ha sido atribuida a él durante el tiempo.

 

Esta es una tónica frecuente en los historiadores del arte, los críticos y los periodistas, que habitualmente han considerado que los creadores (genios) son ellos, mientras que ellas destacan por su carácter de mujeres capaces de despertar la sensibilidad del artista (musas), de tal manera que, una vez más, la obra de la mujer queda eclipsada bajo la sombra de sus compañeros.

Lo cierto es que al final de su relación Pollock comenzó a salir con otra mujer, Ruth Kligman, que para aquel entonces contaba con veintiséis años de edad. Algunos apuntan a los malos tratos psicológicos que ejercía Pollock sobre Lee, a la que animaba a mantener una relación a tres y consentir que el pintor estuviera con ambas mujeres a la par. Lo cierto es que Lee decidió dejar a Pollock, puso ‘agua’ de por medio y trató de reconstruir su vida entre psiquiatras.

Cinco meses después Pollock murió en un fatídico accidente. Según recoge Klingman en ‘Love affair: a memoir of Jackson Pollock’, publicado en 1974, Kligman había conocido a un Pollock ya destrozado por el alcohol. La noche del 11 de agosto de 1956 el pintor, borracho después de haber estado bebiendo todo el día, hundió el pie en el acelerador de su coche, en el que viajaba con la propia Ruth y con su amiga Edith, muy interesada en conocer al afamado artista que ya se encontraba en la cima de su carrera. A pesar de las súplicas de ambas, Pollock no levantó el pie del acelerador. En esos momentos perdió el control de su vehículo y se estrelló contra dos árboles. Tanto el pintor como la joven estudiante Edith Metzeger murieron.

 

Tras la muerte de Pollock Lee recuperó su carrera artística. Muchos hablan de la liberación que supuso tal hecho para la artista, que empezó a expresar toda su rabia contenida y a proyectarla en sus cuadros. Fue para Lee la época de máximo esplendor. Sin embargo, la calidad de sus obras no fue suficiente para impedir que pasara a la historia como ‘la mujer de Pollock’, a pesar de ser, hoy en día, una de las mayores representantes del expresionismo abstracto. Lo mismo ocurrió con Ruth, artista de brillante carrera que quedó reducida al papel de ‘amante de Pollock’.

Es curioso que la obra pictórica de Pollock haya sido dividida por los académicos en tres etapas que hacen referencia única y exclusivamente a su evolución, a saber, una primera etapa en la que trabaja fundamentalmente con Siqueiros, una segunda etapa en la que desarrolla el dripping, y por último su etapa final en la que experimenta también con los espacios. Por el contrario, la obra de Lee se organiza en torno a su relación con el artista en  tres etapas: la primera de ella, en los años 20 y 30; la segunda, el parón que supone su relación con Pollock; y la tercera y última, de máximo esplendor tras separarse del artista. Sería lógico pensar que si la mayor influencia de Jackson fue Lee, su obra debería ser organizada con respecto a ésta. Pero en el arte, como en todos los campos de la vida, las mujeres siempre somos en relación con un hombre.

 

Así, Pollock fue y es una losa de la que no se pudieron librar ni Lee ni Ruth a lo largo de su vida, cuánto más ésta última, puesto que Lee fue finalmente rescatada en los años sesenta con el paso de la Segunda Ola feminista, que comenzó a poner en valor el arte generado por las mujeres. Tenemos una deuda inmensa con ellas, y esa deuda empezará a saldarse el día en el que dejemos de tratarlas como los apéndices malditos del todo.

 

Art Market Guest Bloggers.

 

Pilar Rincón (Segovia, 1992)

Doctoranda en Historia, Historia del Arte y Territorio. En el año 2015 investigó la Prisión Central de Mujeres de Segovia entre 1946 y 1956. Ha escrito algunos ensayos como: ‘El Primer Franquismo: fascismo o dictadura reaccionaria’ o ‘La cultura de la violación en el siglo XX’. Además fue premio Emiliano Barral de literatura en su edición de 2010.
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