Leonardo da Vinci: su Tratado de la Pintura

Lo que conocemos de Leonardo se ha convertido en un mito hasta el punto de llegar a convertirse casi en un referente europeo. Homo universal: pintor, escultor, arquitecto, científico, ingeniero, investigador de fenómenos naturales y físicos,… Aunque esta supuesta universalidad de Leonardo hay que cuestionarla ligeramente, porque la lengua científica del momento era el latín y él lo aprendió muy tarde, pero cierto es que su pensamiento era independiente de la tradición anterior. Por tanto, en parte Leonardo es una visión mítica, pues si nos ponemos a pensar apenas nos quedan producciones de él en comparativa con las obras de otros grandes maestros contemporáneos suyos.

Pese a ser un gran pintor, no dominaba el fresco. Esta visión mítica arranca de Vasari, que en la biografía que dedica a Leonardo lo sitúa en una elevada posición a pesar del escaso número de obras. La descripción que hace de Leonardo se acomoda a los tópicos literarios, siendo el perfecto cortesano: lo representa como amable, guapo, un músico hábil, perfecto conocedor de las ciencias, arquitecto, escultor, investigador de muchos campos,… pero más allá de esta descripción también sabemos que su personalidad era extravagante, entre otras cosas era vegetariano, solitario, un poco asocial, autosuficiente y con un permanente control de los afectos.

Se formó en Florencia durante el gobierno de los Medici, pero no se dejó influir por la doctrina neoplatónica, ni siquiera por la formación clásica. Sus investigaciones tenían un carácter independiente, no recurrió a las fuentes del conocimiento anterior si no a la experimentación. Su producción pictórica fue muy escasa, sobre todo por culpa de su ansia de experimentar. Solía dejar las obras inconclusas, como La adoración de los magos y el Monumento ecuestre de Francesco Sforza del que llegó a hacer un modelo a escala natural en arcilla que fue destruido y no se completó. Tampoco llegaron a levantarse ninguno de los edificios que él diseñó, los cuales conocemos a través de sus manuscritos, y que suelen pertenecer a la corriente de reflexión sobre planta central. Tampoco llegó a hacer sus numerosas máquinas de guerra, vinculadas al ducado de Milán. Tampoco completó su Tratado de la pintura, del que hablamos hoy aquí.

Tratado de la Pintura

Es, en realidad, un proyecto posterior a Leonardo, editándose por primera vez a mediados del siglo XVII. Se trata de una recopilación de los escritos de Leonardo hecha por uno de sus discípulos a su muerte. Fueron recogidas y publicadas en 1651, con carácter fragmentario y sin orden, se ordenaron según temas sueltos. El contenido es variado, habla de indicaciones prácticas para los pintores, obsesiones varias y sus propios proyectos. Sobre los procesos de creación reflexionó mucho, sobre todo sobre la reproducción humana, haciendo vistas en corte de un coito o de un feto dentro de la placenta. Hasta entonces, nadie había llegado tan lejos como él. Como sabemos a día de hoy, sus métodos de investigación eran discutidos en sus tiempos, y por norma general tenía que obtener sus objetos de investigación de forma ilícita.

La actitud que tiene ante la realidad no es la de ser heredero del conocimiento del pasado, si no la de enfrentarse a la naturaleza con carácter experimental, partiendo de la experimentación empírica. Su carácter es tan nuevo, tan avanzado, que algunas de las cosas que decía podían ser comprometedoras y peligrosas. Hace una fuerte defensa del conocimiento a través de los sentidos, dudando de las cosas que no se pueden explicar a través de los sentidos, como por ejemplo de Dios.

Otra de sus obsesiones es la cuestión de las proporciones del cuerpo humano. Vemos el famoso hombre vitruviano, que es la ilustración de un texto incluido en este tratado, que no es otra cosa que una reflexión sobre lo que ya había estudiado Vitruvio. Trata la geometría de las formas perfectas desde los clásicos. El hombre queda reducido a la matemática, al número. También habla de las proporciones de los animales, como las del caballo. Le preocupan los fenómenos de destrucción, como las fuerzas naturales del agua o del viento.

Habla de la superioridad de la pintura sobre el resto de las artes, porque la pintura para ser juzgada necesita del órgano del sentido superior. Para esto establece el parangón, la comparación entre las artes, una especie de disputa teórica sobre cuál de las artes es superior. Establece comparaciones entre la pintura y las demás artes, superior a la poesía y a la música porque estas dos son efímeras; es superior a la escultura porque no puede representar la profundidad, el espacio o la luz. Habla del carácter científico de la pintura, por dos razones: es una manera de acercarse a la naturaleza porque está construida sobre base matemática, y en esto tiene mucho que ver sus investigaciones sobre perspectiva y porque es el fundamento para el estudio de la naturaleza. Hay una relación directa entre naturaleza y pintura, pero aunque la naturaleza es maestra de los pintores, toda práctica empírica ha de estar fundamentada en la teoría: rechaza a los artistas que solo se limitan a copiar. En este Tratado va más allá, dice que no solamente hay que copiar la naturaleza, sino que también hay que inventar, reflexiona sobre lo que se llama fantasía e imaginación, que va más allá de la naturaleza. No solo ha de reflejar la naturaleza si no crear otras realidades que no están en la naturaleza.

Hay tres aspectos destacados en su teoría:

  • Nueva idea de belleza. Modifica la interpretación de Alberti sobre la imitación de la naturaleza, que exigía lograr la belleza mediante la selección y mejora de los seres existentes en la naturaleza. Se tamiza con ideales neoplatónicos, porque los artistas no pretendían mostrar la naturaleza tal cual, si no tras un proceso de selección, uniendo las partes más bellas de los cuerpos más perfectos. No se copian los objetos, los seres tal cual. Leonardo dice que hay que copiar todo: lo bello y lo feo. Esto es nuevo, hasta entonces a ningún artista se le había ocurrido reflejar nada feo en la naturaleza, pero Leonardo propone que se haga así por dos razones: la verosimilitud y el contraste entre belleza y fealdad que realza la belleza. Esto se refleja muy bien en sus caricaturas. Tenemos muchos de los dibujos dispersos que reflejan a esos seres deformes, a veces en claro contraste con seres muy bellos. Habla también de la teoría del decoro, que las partes formen un todo y nada destaque de inapropiado. “Si se representa a un rey, que tenga ropa de rey, gesto de rey.” Apropiación de la apariencia a la función, hay que adecuar todas las partes al todo.

 

  • Teoría de la expresión. El pintor debe pintar dos cosas: el hombre y las ideas. Lo primero es fácil, pero lo segundo es difícil porque las ideas no se pueden expresar más que con los gestos y los movimientos de los miembros. A partir de aquí él recomienda observar a los mudos, cuya única expresión es la gestual. Dice que observando a los mudos se puede aprender a mostrar las ideas del espíritu humano.

 

  • Problema del claroscuro y la perspectiva aérea. Problema de la luz. Le preocupa en grado sumo el tema de la luz, que dividimos en dos problemas. Respecto al claroscuro hace reflexiones que son verdaderamente antecedentes del futuro, diciendo que la sombra de un objeto proyectada en una superficie blanca no es negra, si no azul. Es lo mismo que descubrieron y practicaron los impresionistas en el XIX. O la perspectiva aérea, que depende del aire y de las transformaciones que este crea en los objetos. Otro efecto es el desdibujamiento de los contornos, la transformación de líneas de perfil nítido en líneas borrosas, lo que conocemos por el sfumato leonardesco. Son novedades desde el punto de vista artístico.
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